diumenge, de juliol 13

El problema de la soja


El hambre es un plato histórico
espeso, muy espeso,
de gruesos bordes y del tamaño
del planeta acechado
que lo muerde.
Pero nadie nombre al hambre
ni a los mecanismos
legendarios y aceitados del
olvido:
es político, es grosero y
tendencioso.
Mejor miremos todos a la Luna,
a Venus y a Mercurio,
y cantémosles a los cuerpos
celestes y a sus órbitas:
es alentador, es místico,
grandioso (y nos evitará
inconvenientes, cercos,
odios, mala fama).
Oremos, cantemos, y callemos
en todos los idiomas;
así se hizo, ¡así se hace!;
y hablemos de esperanzas
y de ayudas e inversiones
que traerán
mejores cepas y abundancia.
Nadie
nombre al hambre
por su nombre,
nadie por sus industrias
y oficios increíbles;
presidentes, comisionistas,
inversores,
infantes, obispos, escribas
y ministros.
Además, siempre, siempre
hubo
días de sol o niebla
y tiempos de granizo;
así, así, así es la vida
con su azar,
su espada filosa, su prensa
diaria y su destino.
Quien quiera saltar,
que salte;
quien quiera entender,
entienda,
o se marche a otra
parte.
Pero nadie nombre al hambre
por sus barrigas,
por sus grietas y tormentas,
y nadie
quiera contarle en voz alta
las costillas.
Que los rituales sean en
silencio
o con propuestas (y en lo
posible
que no queden registros),
mientras todo,
el país, el continente,
el planeta,
siga dando vueltas
como una calesita
chirriante, rodeada de cielo
prometedor
y de humareda.

Eduardo Dalter, poeta argentino